domingo, 22 de julio de 2012

REFLEXIONES ACERCA DE LA CRISIS ACTUAL


La crisis actual no se inscribe en el vacío, sino que ocurre como una etapa más de un determinado proceso. Para empezar, hay que distinguir las crisis que podríamos llamar “normales” en el capitalismo, las fases recesivas del ciclo de negocios, como dicen los economistas burgueses. Esta no es de ese tipo: es una crisis en que todo el edificio del capitalismo se tambalea, es una crisis estructural, como la de 1929, o como lo fue, quizás no tan grave, la de los años 70.

Pero incluso siendo una crisis estructural, tiene unas características peculiares, porque ocurre como una fase de un proceso histórico específico. Un régimen social, digamos el capitalismo, es estable cuando hace progresar la sociedad, cuando lleva a la sociedad hacia delante, cuando, se viva hoy bien o mal, los diferentes sectores sociales tienen la seguridad de que mañana se estará mejor, quizás pasando por etapas de dificultades, pero la tendencia es clara. Entonces, las diversas clases sociales prestan su confianza y su apoyo a la clase dominante, a la clase social que está al frente de ese proceso y dirige al conjunto de la sociedad, y al hacerlo consolidan y refuerzan dicho sistema. Por eso, en esas condiciones, cuando cada generación ve que vive mejor que la anterior, y que las posteriores vivirán aún mejor, el régimen social del que se trate, en nuestro caso el capitalismo, es estable. El apoyo social hacia la clase dirigente legitima y consolida su poder. Pueden venir todas las crisis que se quiera, que mientras sean vistas como una simple etapa de dificultades temporales dentro de una tendencia general a mejorar, no erosionarán el orden social ni el poder de la clase dominante.

Pero todo régimen social tiene sus límites a los que llegará antes o después. Como explicaba Marx, antes o después el desarrollo de las fuerzas productivas chocará contra los límites del marco que ha hecho posible dicho desarrollo, entrará en conflicto con el modo de producción. Entonces, las clases dominantes, para mantener su poder, su dominación sobre la sociedad, para tratar de contener las fuerzas productivas en desarrollo dentro de los límites del modo de producción, o en palabras más sencillas: para tratar de contener el desarrollo de las fuerzas económicas y los nuevos impulsos en la economía y las relaciones sociales sin que rompan el sistema social, el capitalismo en nuestro caso, comienzan una labor de zapa contra la sociedad. Ese conflicto entre el desarrollo de las fuerzas productivas y el modo de producción, significa que dicho modo de producción es cada día más ineficiente. En un nivel superior, esto significa que las clases dominantes, para mantener su situación de dominio y de privilegio, e incluso aumentarlos, comienzan, no a impulsar hacia delante la sociedad, sino a devorarla, a desmantelarla, para así tratar de mantener dicha eficiencia.

Es entonces, cuando la clase dominante y el sistema de organización social sobre el que impera impulsa a la sociedad no hacia delante, sino hacia peor; cuando cada generación, no de la clase dominante, sino del resto de clases y sectores, de la masa de la población, ve que cada generación vive no mejor que la anterior, sino peor. Cuando la clase dominante desmantela los mecanismos de reproducción social: servicios, medios de vida de los trabajadores mediante disminución del salario real, educación, sanidad... y lo hace con el único fin de subsistir como tal clase dominante y salvar el orden social, lo que ocurre es que las clases dominadas, en cuanto toman conciencia de que no se trata de una malhadada etapa de dificultades, sino de que es la tendencia del desarrollo social impuesta por el sistema social vigente, dejan de tener razones para apoyar el sistema social, para apoyar a la clase dominante. Entonces se entra en la etapa de inestabilidad social, en la etapa de las revoluciones.

El desarrollo económico desde la Segunda Guerra Mundial, responde a este esquema. La época del capitalismo keynesiano, la llamada edad de oro del capitalismo, fue una época de ascenso, en la que a lo mejor no se vivía tan bien como ahora nos parece recordar, o como nos cuentan, pero la cuestión era lo bien o mal que se estaba a día presente, sino que había una tendencia clara hacia la mejora, una tendencia surcada por altos y bajos, por periodos de abundancia y de dificultades, pero una tendencia clara. Por eso la gente apoyó al capitalismo. Por eso hubo un pacto implícito capital-trabajo, que se encarnaba en el apoyo de las clases obreras a los partidos socialdemócratas, un modelo sindical que tendía cada vez más a convertir los sindicatos en sindicatos de servicios, y muchas otras transformaciones de signo conservador que ocurrieron en aquellos años.

Pero llegaron los años sesenta. En concreto, a mediados de 1966 ya estaba claro en los EEUU que habían comenzado las dificultades. El capitalismo keynesiano ya no permitía a las empresas obtener altos rendimientos, la economía se estancaba, el keynesianismo amenazaba con llevar a las sociedades occidentales a la ruina. Esta fue la raíz de la crisis de los 70. Una crisis que inició una nueva etapa del desarrollo capitalista, que aunque ha pasado por varias fases bastante diferenciadas, se denomina habitualmente con la común etiqueta de “neoliberalismo”.  El capitalismo alcanzó su cima en su Edad de Oro particular con el capitalismo keynesiano, pero con el neoliberalismo empezó a descender por el otro lado de la colina. Desde entonces, comenzamos a caminar cuesta abajo. Se desmantelan servicios, servicios que no son un regalo, sino que son los mecanismos de reproducción social, lo que permite que los trabajadores estén sanos, bien alimentados y bien formados, por ejemplo. La privatización de algunos de estos servicios no supone más que una forma de lo mismo: aquellos servicios que la sociedad, que el esfuerzo común ha llevado a tal nivel de desarrollo que ya son rentables para la explotación del capital privado, se privatizan, pero esa privatización significa restringir el acceso a dichos servicios a amplias capas de la población, y además que, por ejemplo, ya no habrá mas o menos la misma sanidad para todos, sino una sanidad como la que hay ahora para todos, sólo para ricos, una de inferior calidad para los que puedan pagar, y nada para los pobres. Al tiempo, los salarios reales bajan de década en década, se pierden derechos laborales, etc., todo lo cual significa una sola cosa: aumenta el nivel de explotación de la mano de obra, de la fuerza de trabajo por parte del capital, todo en un intento desesperado de éste de compensar la pérdida de eficiencia del capitalismo, su creciente ineficacia y, así, salvar al sistema y a la clase dominante.

Ahora, cada generación vive peor que la anterior. Ahora, aunque se pase por etapas relativamente buenas, la tendencia es a empeorar continuamente. Ahora, el capitalismo sólo es capaz de mantener la economía a flote devorando a la propia sociedad, destruyéndola paso a paso. El capitalismo ya no proporciona a la sociedad una economía, para aquéllo que una sociedad necesita la economía; sino a costa de ello.

El capitalismo, desde hace treinta años, ha entrado en su fase inestable, en la fase que, de tomar conciencia las amplias capas de la población, y en particular la clase obrera, de esta situación objetiva, corresponde a la época de las revoluciones que han de acabar con el capitalismo y traer el socialismo.

Si bien hasta ahora el neoliberalismo les ha funcionado con mucho éxito y más de un tropiezo serio, han logrado mantener el orden capitalista e incluso “celebrar los mercados”, como ha sido a costa de devorar la sociedad, a costa de destruir los mecanismos de reproducción social, a costa de disminuir el nivel de vida de las amplias masas de la población en particular, al salvarlo de ese modo, en realidad estaban salvando no al enfermo, sino el día, y agravando la enfermedad. Era inevitable, como muchos desde el campo del marxismo previeron hace ya tiempo (Sweezy y Baran, por ejemplo), que esto acabara en una crisis estructural como la presente.

Una crisis estructural y sistémica, todo el tinglado se tambalea y cada vez lo hace más violentamente. Pero no en una etapa en que el sistema es estable, sino en una etapa en que el sistema es inherentemente inestable, por lo que explicaba más arriba. Es algo nuevo en la historia del capitalismo: es una crisis de colapso. Es verdad, ha habido épocas en que el sistema ha tendido a colapsar, en el periodo que condujo a cada una de las dos guerras mundiales, pero fueron etapas de dificultades temporales muy, muy agudas, sin que el capitalismo hubiera alcanzado aún su cima, sin que hubiera empezado aún a caminar por la ladera cuesta abajo. Ahora, pues quizás no sea tan grave, tan aguda, la crisis actual (tiene la pinta de que sí), pero el diferente contexto en el que ocurre, el carácter opuesto de dicho contexto, hace que sea mortal de necesidad. Por eso, esta es lo que podríamos llamar, por usar un término gráfico, la primera “crisis de colapso” en la historia del capitalismo.

¿Significa esto que el socialismo está a la vuelta de la esquina, que el capitalismo ya va a morir, que podemos despreocuparnos por esto, incluso ir celebrando ya la muerte del capitalismo y centrar nuestros esfuerzos en ver cómo hacemos para que la crisis no se nos lleve por delante a cada uno de nosotros (algo que de todas maneras no queda más remedio que hacer)? No, no significa eso.

Las leyes del desarrollo histórico no son leyes deterministas. Son leyes tendenciales. Y como el propio Marx explicaba, a las tendencias se le oponen diferentes mecanismos para contrarrestarlas. Esto, lo sabemos de sobra. Está la ley a la disminución de la tasa de ganancia, que es una ley tendencial que se muestra inexorable, el capital la contrarresta aumentando el nivel de explotación del trabajo, disminuyendo salarios reales y nominales, quitando derechos laborales para aumentar la “productividad” del trabajo. Esto es algo que debería comprenderse con facilidad, porque como resalto en este ejemplo, son cosas que vemos todos los días, de la experiencia diaria de todo trabajador. Las leyes tendenciales nos informan acerca de lo que tiene sentido hacer y lo que no, acerca de qué cabe esperar, nos permiten trazar una estrategia y una táctica, pero no nos dicen qué va a suceder, el futuro no hay forma de conocerlo hasta que no llega: sólo podemos barajar posibilidades. Pues lo mismo ocurre con la tendencia actual del capitalismo a colapsar como orden social, y también para la tendencia a que el capitalismo sea sustituido por el socialismo. Y esto tiene importantes consecuencias.

En primer lugar, que el capital, la burguesía va a tratar de echar mano de medidas para contrarrestar esta tendencia de manera cada vez más desesperada. La guerra siempre ha sido una de las mejores maneras del capitalismo para superar una situación difícil; esperemos, pues, más guerras, no menos, conforme el capitalismo se debilita, y precisamente porque se debilita. Por lo mismo, esperemos, conforme el capitalismo es más débil, más ataques contra nuestro nivel de vida, más disminuciones de salarios y de derechos, más recortes, más privatizaciones de servicios públicos, no menos. Sí, precisamente porque el capitalismo es más débil. Esto sólo se puede evitar luchando unida la clase obrera y liderando al resto de la sociedad, y teniendo claro que al luchar por esto, se esta´luchando por romperle las piernas al capitalismo y tumbarlo en el suelo, porque se están eliminando las medidas para contrarrestar la tendencia a su colapso. Las luchas sociales, inevitablemente, van a aumentar en ferocidad. Pueden tomar un signo u otro, dependiendo de lo que hagamos. Pero esta no va a ser una época apta para cobardes, porque el conflicto es inevitable y promete ser despiadado, a vida o muerte (el capitalismo se juega su subsistencia, y nosotros obreros también), se incline a favor de unos o de otros.

En segundo lugar que las tendencias se pueden verificar, o pueden ser suficientemente efectivas y mantener el capitalismo durante siglos, sumiendo a la gran masa d ella población en la más absoluta de las miserias, e incluso en un caso extremo llevando a la destrucción total del orden social, conforme la burguesía devora a la sociedad para tratar de mantenerse: quizás su empeño por destruir la sociedad para mantenerse ellos alcance pleno éxito. El capitalismo no va a caer si nuestra generación no está dispuesta a darle el último “empujoncito”, y las consecuencias serían fatales para las generaciones futuras, y presentes (ya hemos tomado un pequeño aperitivo de lo que nos espera).

Aquí en Europa Occidental, tenemos precedentes históricos de situaciones similares. El imperio romano, entró en una etapa de declive que duró siglos. La aristocracia, la clase dominante, intentó mantener el orden social pero, al hacerlo, devoraba a la sociedad. Los impuestos necesarios para mantener dicho orden vaciaban las ciudades y la gente huía al campo, por ejemplo. La sociedad colapsó. Pero nada vino a sustituirla. Se mantenía el viejo orden, en lo que era posible, como un zombi, llevando a la sociedad cada vez más a la miseria, a al disminución de población, a la desaparición del comercio y de la producción de mercancías que ya existía en Roma. Esto hizo posible las invasiones bárbaras, que le dieron la puntilla, pero que fuero la consecuencia, y no la causa, del desmoronamiento de la sociedad (aparte de que fueron un proceso muy largo y de múltiples formas, no una especie de guerra relámpago de conquista). Y vino la alta edad media, la edad oscura, de la que, con el transcurrir de más siglos, se acabó saliendo. De acuerdo, la estructura de clases de la sociedad romana, con la importancia de la esclavitud y la incapacidad de los campesinos de ir más allá de las revueltas de bagaudas, hacía difícil el que las cosas fueran de otra forma, y hoy el panorama es el opuesto, parece difícil que las cosas no acaben en el socialismo. Pero no hay nada que se pueda dar por sentado, por eso: porque el futuro no está escrito y depende de nosotros que sea una cosa u otra.

Hay que ponerse a ello con todas nuestras energías. Pensemos en características de la situación objetiva que nos favorecen. Por ejemplo: a grandes rasgos, de manera muy general, puede decirse que los revolucionarios somos los que queremos destruirlo todo, y los reaccionarios los que quieren conservarlo. Pero en una situación como la actual, esto no es así. Queremos la destrucción del actual orden social, porque es el único camino de conservar un orden social, de seguir adelante con el progreso, con la cultura. Son los reaccionarios los que, al tratar de conservar su orden social, su dominación de clase, y como para hacerlo no les queda más remedio que ir destruyendo la sociedad, ir arrasando todo como si hubiera pasado Atila, devorarlo todo... como decía, son ellos los que al tratar de conservar su orden social, están destruyendo la posibilidad de todo orden social. EL instinto de conservación de la gente, no de la clase obrera que tiende naturalmente hacia el socialismo, sino de todo el conjunto de la sociedad excepto el propo gran capital, les atrae de esta manera hacia la revolución socialista, en mayor o menor grado, pero en grado siempre creciente, objetivamente (para que tomen conciencia, para que interpreten correctamente esta situación que tienen ante sus ojos, y en esto también la clase obrera, es por lo que es necesario intensificar al máximo el trabajo político).

Otro rasgo de nuestra época que actúa a nuestro favor es el siguiente: como comentaba el otro día, existen sólo dos verdaderas clases en la sociedad, la clase obrera, y la clase capitalista. La actual fase de desarrollo del capitalismo, su fase de declive, vemos cómo homogeiniza a nuestra clase, cómo los restos de aristocracia obrera, tan importante en el capitalismo keynesiano, tienen a desaparecer al igualarse sus condiciones con las del resto de la clase; cómo al privarnos a todos de derechos, nos convierten a todos en precarios; cómo al reducirnos el salario real a todos, todos somos “mileuristas”. Nuestra clase se unifica, se homogeiniza, se hace un todo. Por el contrario, la burguesía tiende a descomponerse. Su núcleo central, el gran capital, e el terreno de lo objetivo, tiende a quedar abandonado por sus hermanos subyugados de su clase. Los pequeños empresarios, hasta el momento acérrimos defensores del capitalismo, sin embargo claman contra el gran capital centrándose en su forma dominante: el capital financiero, los banqueros. A los profesionales, quizás no tan comprometidos con el capitalismo, con el paro como perspectiva y rotas las promesas que les había hecho el capitalismo de ser gente privilegiada, también claman contra el gran capital y contra su dominación política, si bien su impulso anticapitalista no pasa más allá de una denominación y de la demagogia. Y así sucesivamente. La clase obrera aprieta sus filas, se consolida. La burguesía se descompone como formación social, como clase. Y de nuevo hay que ver aquí que el futuro no está escrito. Esta situación, en especial en lo que respecta a las clases medias, y como ya demostró en el pasado, puede ser perfectamente manejada por el gran capital, utilizando a estas clases medias como base social de la dictadura abierta de la burguesía, lo que habitualmente se llama fascismo, para combatir a la clase obrera. Para que la gente tome conciencia de esta situación objetiva y no se deje embaucar por el gran capital, es necesario el trabajo político, y unas estrategia y táctica políticas flexibles, audaces, rápids en la respuesta ante los cambios de situación, inteligentes y astutas.

Otro rasgo importante de nuestra época, y también de importantes consecuencias. Se dice, siguiendo a la propaganda burguesa justificadora de lo que se ha dado en llamar “globalización”, así como los procesos de privatización y eliminación de servicios públicos, que los capitalistas quieren destruir el Estado nación y sustituirlo por una especie de gobierno mundial. Sin embargo, esto es confundir unos hechos con otros, un error que además puede llevar a conclusiones muy dañinas. Lo que el gran capital está destruyendo no es el Estado nación, sino aquellas partes del Estado que encarnaban el pacto capital-trabajo que sustentaba el ya desaparecido capitalismo keynesiano (o Estado del bienestar, como lo llaman en la prensa): regulaciones al capital, regulaciones de derechos, servicios públicos, etc. Y a la vez que hacen esto, refuerzan el papel del Estado como sostenedor del propio gran capital. ¿Nadie se ha dado cuenta de los rescates a la banca, por ejemplo? ¿De los préstamos a la banca que el Estado garantiza, es decir: garantiza que se los vamos a pagar nosotros a los capitalistas? ¿De los recortes y los déficits presupuestarios causados por esto, así como para compensar la pérdida de valor de los activos especulativos en manos del gran capital? Y esto son sólo algúnos ejemplos. De no ser por el Estado, por el Estado nación, el capitalismo, en la actual crisis, no hubiera sobrevivido hasta el día de hoy. De hecho es que, simplemente, el capitalismo actual no podría ni existir sin el Estado nación, el que provee de infraestructuras, regulaciones, mecanismos, represiones, garantiza la circulación monetaria, los cobros y pagos, los contratos, etc. sobre la base de los cuales funcionan los mercados; contiene y reprime a la clase obrera; disciplina las sociedades según las necesidades del gran capital; podemos incluso ver cómo la banca europea tiene una estructura cien por cien nacional, con lo que uno se puede imaginar en el resto del mundo.

Lo que sí ocurre es que las fuerzas productivas tienden a desarrollarse internacionalmente, los mercados se organizan cada vez más internacionalmente, la producción se organiza internacionalmente, etc. Y esto choca con el carácter nacional del capitalismo, con la imposibilidad del capitalismo de liberarse del Estado nación, de superar sus límites. Esto lo vemos en dos rasgos principales: primero, en que al internacionalizarse bajo las constricciones del estado nación, las desigualdades nacionales cada vez se acentúan más, los países ricos son cada vez más ricos, los pobres, cada vez más pobres y con una economía del todo caótica, subordinada y saqueada por los grandes capitalistas de los más ricos, incluyendo los capitales, que ahora fluyen desde el tercer mundo hacia el centro capitalista (EEUU, Europa y Japón). Es una internacionalización que agrava las tensiones nacionales, es una internacionalización deforme y no armónica, inestable y que sólo se puede mantener, cada vez, más mediante el uso de la fuerza. Incluso dentro de la UE podemos ver cómo esta característica se da, sobre todo ahora con la crisis en que esas divergencias nacionales se están agravando cada vez más rápido. Dicho de otro modo: esa internacionalización, bajo el capitalismo, sólo puede tener la destructiva forma del imperialismo. De eso se trata: de imperialismo, y no de destrucción del Estado nación.

¿Y esto por qué es importante? Porque decir, erróneamente, que el gran capital quiere destruir el Estado nación es poco menos que decir que la manera de enfrentarse al gran capital es defendiendo el Estado nación. Que la manera de enfrentarse a los recortes, a las privatizaciones, es defender el Estado nación. Es una llamada al nacionalismo. Y el nacionalismo puede tener sentido en el enfrentamiento de las naciones dominadas por los imperialistas como manera de combatir ese dominio, pero desde luego no lo tiene aquí, porque sería tanto como unirnos a “nuestros” imperialistas en sus agresiones y rapiñas.

El papel de un revolucionario no es caer en el nacionalismo, sino acabar con el capitalismo para que la tendencia al desarrollo internacional de las fuerzas productivas sea liberada del estrecho marco del Estado nación, para que esa tendencia no se vea constreñida y deformada por el Estado nación, para que ese desarrollo no tenga las características destructivas y antiarmónicas que tiene bajo el capitalismo, bajo el imperialismo, sino que sea un desarrollo equilibrado, armonioso y además igualitario entre las diferente partes del mundo. Las fuerzas productivas chocan contra los límites del capitalismo. Nosotros hemos de derribar esos límites. El capitalismo no puede existir sin el Estado nación Nosotros hemos de llevar a la sociedad a hacer lo que el capitalismo no puede hacer y superar el Estado nación.

Estamos en una región del mundo, Europa, en que vemos precisamente, con la UE, cómo los capitalistas no son capaces de salirse del marco del Estado nación. Cómo los mercados siguen organizados en torno a la nación, y lo único que se ha hecho es liberalizar el tránsito de mercancías y capitales. Cómo las industrias, los sistemas financieros, las agriculturas siguen organizados a la manera nacional. El capitalismo no es capaz de hacer otra cosa. Vemos también cómo las relaciones entre unas burguesías y oras, son relaciones de poder entre dominantes y dominados, relaciones de poder entre burguesías nacionales, típicas del imperialismo. Y vemos cómo se encarna todo esto en el euro, la moneda supuestamente única, pero que actúa como mecanismo de dominio de ciertos capitalistas nacionales sobre otros (no nombraré naciones en particular, porque no quiero hacer ninguna concesión al prejuicio nacionalista). La UE es un engendro imperialista, incapaz de superar los límites nacionales, y que debe ser demolido para dar paso al socialismo, y con el socialismo, a una verdadera unión de los pueblos y trabajadores de Europa, superando así al Estado nación, que tuvo su origen con el ascenso de la burguesía y desaparecerá con el fin del dominio de ésta.

Dentro de esta región particular del mundo en la que estamos, Europa, el propio desarrollo del capitalismo y su crisis, nos marca una tarea que debe ser prioritaria para nosotros: buscar la solidaridad, y más allá de esto la cooperación y la alianza de la clase obrera europea, y de todos sus trabajadores y sus pueblos. Por varias razones. En primer lugar hay que tener claro que, por el distinto ritmo y dirección de desarrollo del capitalismo y su crisis en cada una de las naciones de Europa, la revolución no va a ocurrir, no puede ocurrir, de forma simultánea en todos los países. Necesariamente, y si es que llega a ocurrir, va a ocurrir primero en unos y después en otros. Sólo realizando desde ya la unidad más estrecha posible entre las diferentes clases obreras nacionales de Europa será posible evitar que, cuando la revolución estalle en uno de los países, las burguesías del resto acudan en auxilio de sus hermanos de clase y nos aplasten la cabeza, en un país después de otro. Segundo, orque al tener desarrollada esta unidad de clase a nivel continental, cuando las burguesías de otros países traten de ayudar a los suyos en un país en revolución, eso no haga sino acelerar el proceso revolucionario en sus propios países, levantando la ira de su clase obrera y de su pueblo. Y tercero, porque una vez que la oleada revolucionaria haya barrido Europa, es preciso hacer lo que comentábamos antes: levantar un orden social internacional de carácter socialista, superar el Estado nacional primero mediante federación o como más oportuno se considere, a nivel europeo en una primera instancia. Sólo la revolución socialista puede colmar las aspiraciones de unidad de los pueblos de Europa, unidad entre iguales y no entre dominados y dominadores. Y aunque este proceso de unidad no se vaya a parar en Europa, sería aventurado decir ahora nada acerca de cómo se va a desarrollar con respecto a otras regiones del mundo.

Se trata pues, no de caer en el nacionalismo como respuesta al imperialismo, sino de ser internacionalista.